Día duodécimo. – Hoy mi agricultor recuerda esos finales de
curso en el que el olor al barniz-pintura que impregnaba los pupitres de la escuela
emerge de su memoria y, como la magdalena proustiana, le retrotrae a los días
del final de curso en junio, cuando su maestro le hacía limpiar y lijar la
madera y luego cubrirla con una capa de nuevo barniz. Y ese lavar las plumas de
la caligrafía y los tinteros de cristal, empotrados en las mesas y dejar todo
reluciente para el comienzo de las clases tras el verano. La disciplina se
relajaba en aquella época y cómo Don Emiliano, aquel grandullón maestro de la
Unitaria, enfundado en ese su guardapolvo azul , nos concedía más tiempo para dar patadas al balón en la campa del
Tapiado en la que las porterías se marcaban con dos mojones de piedra de canto
rodado. ¡¡¡Feliz domingo!!!
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