sábado, 7 de mayo de 2016

Día séptimo




Día séptimo. – El otro día pasé la mañana entre dos mares. Un amanecer aplazado me condujo hasta las encañizadas marmenorenses. Llovía como en mi tierra norteña. Despacio, empapando, y poco, pero sin parar. Esa lluvia que hemos aprendido a catalogar como buena para el campo. No paró en toda la mañana. Volviendo a casa me detuve, para resguardarme, en un recoveco del molino de la Calcetera. Delante sólo se veía el Mar Menor salitroso, algo verdoso, alguna barcaza desastrosamente varada, y esas cañas clavadas en los lodos como esperando que se enganchase en ellas algún langostino que son joyas de la laguna salada. Olía a tierra mojada, y el Levante dejó de soplar. La perspectiva hacía que sólo muy a lo lejos se viera la orilla de Lo Pagan y esos pseudo-rascacielos de La Ribera. Y otra cosa: la salida de los primeros rayos del sol coincidió con el final de la lluvia. ¡¡¡Feliz sábado!!! 


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