Día
decimocuarto. –
“El aire del huerto orea
y ofrece mil olores al sentido;
los árboles menea
con un manso ruïdo
que del oro y del cetro pone olvido”. (Fray
Luis de León)
Ahí los tienen, grabados con buena grafía, el gorjeo de
esa canción de la vida solitaria, mezclada con la ruina y perfumada con olores
de patio o huerto serrano, escondidos entre matojos frescos, zarzas y ortigas
de una incipiente y falsa primavera en esos versos escritos y fijados en el
paño blanquecino de la fachada de la casa, medio arruinada y, probablemente,
cultivada por un erudito hombre-labriego como “menosprecio de corte y alabanza
de aldea”.
Existen en La Rioja rincones que bien pudieron ser punto
de encuentro de alguna genial personalidad, que nos muestran deliciosas
sorpresas en su exterior y ocultan intimidades desconocidas en su interior. Ahí
están esos versos varados, como tristes barcos hundidos, hoy recuperados del mar
del olvido, entre las ruinas de muchas aldeas que un día no tan lejano fueron
pueblos vitales. ¡Qué gozo que allí, en Poyales, fuesen los versos de un poeta
renacentista, grandioso poeta que, tras un breve paso por lecturas ensoñadas y
un prolongado periplo, se define como la época más solitaria de su vida venidas
a alegrar las horas silenciosas del descanso y del ocio! Ahí los tienen, son cinco
versos de oda, la más célebre de su autor, fray Luis de León (1527 – 1591),
venidos y expuestos para saludar y cobijar la tristeza de un pueblo abandonado
aportando saludos de bullicio al estremecimiento de soledad con sabor de
compañía humana. ¡Qué dicha que el poeta místico loara el cariz bienhechor de
la vida retirada en contraste con la doblez malintencionada del que habita en
la ciudad o con su vida esclavizada por las obligaciones de la civilización!
¡Qué gozo que el poeta se bajase de su tren poético para encontrarse y
establecerse en este rincón riojano y se encontrase con la paz en esta estación
de cálido invierno, cultivando sentimientos elegíacos y bucólicos!
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