Día decimosexto. – Hoy, como ya anunció mi agricultor hace siete días,
cierra una semana en la que, a través de unas fotografías, ha ido exponiendo el
abandono en el que se encuentran una serie de pueblos de La Rioja. Aquí es
donde están enterradas las raíces de un pueblo. y durante estos siete días de recorrido sólo
ha hecho angustiarse observando la rápida transformación de nuestras aldeas y,
también, de nuestros paisajes.
Mi agricultor, durante estas etapas de andadura y de visita,
no ha hecho otra cosa que preguntarse si todavía podrían existir paisajes más
tristes, más vejados y más desolados que aquellos que le han estado acompañando:
todo un paisaje apocalíptico: montonera de casas desoladas, con pintadas, sin
pintadas, con carteles anunciando la posibilidad de ser alquiladas o vendidas;
verjas oxidadas, cables descolgados, plásticos acumulados en arroyos vacíos y
sedientos, árboles resecos y quemados, casitas de huerta en ruina, pocilgas derrumbadas
y deshabitadas, pajares con esparceta reseca y a punto de ser prendida. Todo un
testimonio de un pasado no lejano.
Y ahí está, será la última fotografía de esta serie, el
Camposanto donde los que ayer se marcharon, hoy son traídos a descansar
eternamente. Allí descansan y hasta son honrados con unas rosas frescas. Y es
aquí donde mi agricultor me recuerda que ésta es la huella del
engaño, del falso progreso y es la cicatriz de la ambición. Y así, día a día,
allí donde hubo identidad, tradición, nobleza, hoy tenemos desolación, cutrez y
derrumbe. Y, por favor, no pierdan la esperanza. Ahí, todavía queda, ahí
helador, el cementerio para honrarlos.
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