Día
Sexto. – Hoy mi agricultor, mientras prepara el afán
de la vendimia, que está ahí a la vuelta de la esquina, no hace otra cosa que
pensar en esa triquiñuela de cuando éramos niños; el juego del gamusino. El
gambusino era un animal imaginario a quien los niños-mozos de los pueblos llevábamos
a cazar a los niños-sabiondos que venían de la capital. Como la especie, dada
su irrealidad, podía tener la apariencia y talla que a cada cual se le
ocurriera las artes empleadas para su captura eran también muy dispares. Los
niños-mozos del pueblo, admitiendo todas las variaciones, solían irse a echar
un trago a la bodega y retornar, cuando se les antojara, a buscar al frustrado
cazador, que desconocedor del terrero y no sabiendo cómo regresar por sí mismo por
la noche y a quien se le recriminaba por su torpeza por no haber logrado
capturar ningún gamusino mientras se le mostraba un saco lleno, que pesaba como
rayos y que los del pueblo sí habían conseguido coger. El de la capital se tenía
que echar el saco a las costillas y acarrearlo hasta el pueblo. Todos creíamos,
en su ingenuidad, que la caza del gamusino había desaparecido por completo. No
ha sido así, todavía hay ingenuos niños-sabiondos a quienes pegársela, y mi
agricultor hasta ha venido a enterarse de que aun no existiendo el gamusino
siguen existiendo los niños-sabiondos de la capital. ¡¡¡FELIZ MARTES!!!
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