Día Vigésimo. – Hoy es Domingo de Ramos
y mi agricultor recuerda aquellos años de su niñez en los que siempre lo consideró y aún lo valora como un día grande. Recuerda cómo los fieles, como siempre, ofrecían atadijos de ramos
de olivo y las gentes se mostraban algo más
generosas y cómo, después de alzarlos en la misa, se los llevaban a casa, ya ramos
bendecidos, para atarlos a cualquier barrote del balcón o ventana de sus estancias
para permanecer allí hasta sustituirlos por los del año siguiente. No había otro objetivo
que trasmitir las bendiciones a la casa y sus moradores y, también, ahuyentar
las tormentas. Desde entonces el Domingo de Ramos me huele siempre a
olivo, casi florecido, a cera y a incienso. ¡¡¡Feliz Domingo de Ramos y, ya
saben, si pueden, estrenen algo, porque, de lo contrario, el que no estrene, se
le caerán las manos!!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario